viernes, 5 de marzo de 2010

Toros sí, toros no, toros depende.

Vaya, qué claro se ve todo de repente, ¿no?

Supongo que lo correcto sería pedir disculpas por enésima vez por el nulo ritmo de actualización de este blog. Del mismo modo, podría poner de excusa los exámenes que tuve durante el mes de febrero y aludir a lo terriblemente ocupado que he estado. Pero no, la verdad es que no lo ha sido así. La falta de actualización se debe a que tengo los testículos icosaédricos y muchas veces la pereza me puede. De todas formas, no me avergonzaré al decir de nuevo que pretendo escribir más a menudo; a nadie culparé de no creerme, eso sí.

Pongámonos en situación: me encontraba en una tranquila y aburrida noche de viernes (curioso día: hasta la universidad era en el que más fiesta encontraba, ahora sólo podría salir acompañado de una planta rodadora) dispuesto a ver un par de series o a atacar un libro, cuando me hallé con este artículo en la web de El Mundo: “Valencia y Murcia también declaran a los toros Bien de Interes Cultural”. Y he ahí que mi instinto bloguero despertó: las mangas de la camiseta fueron remangadas, las falanges de los dedos se prepararon para la acción, el polvo del teclado se evaporó, el séptimo de caballería empezó a sonar de fondo. Aquí iba a haber una masacre. Abrí un documento de Word, le puse el título y... me calmé. Porque, ¿de verdad quiero hacer una crítica a la tauromaquia? A una búsqueda de Google de distancia se hallan miles y miles de artículos criticando este dudoso arte a los que cualquier lector de este humilde blog puede acudir si desea. Yo me voy a limitar a exponer lo que pienso, advertidos estáis de mi postura neutra (o bilateral, para ser correctos).

Si analizo el toreo desde un punto de vista personal, es decir, por la parte que únicamente me afecta a mí, me parece absurdo. No me gusta, y no me refiero únicamente al hecho de que se dañe de tal manera a un animal, sino que directamente me parece aburrido; y lo que es más importante: no me interesa. Esto, por supuesto, no es criterio alguno para establecer un argumento fiable al respecto, pero sí para entender mi punto de vista; es decir, toros no.

Desde el punto de vista ético, tampoco hay por donde cogerlo. Supongo que a nadie le gustaría ver a su perro o a su gato sufrir de la misma forma que lo hacen los pobres bovinos. Un mínimo de empatía animal basta para que esta tradición pase a ser barbarie. El artículo 3 de todas y cada una de las leyes autonómicas de protección animal estipula que se prohíbe “Sacrificar animales infligiéndoles sufrimientos sin necesidad o causa justificada”. Cada uno identificará de una forma distinta si las corridas se enmarcan aquí, pero mi humilde opinión es que la simple tradición no debería justificar el sacrificio. Y aunque no es esta la única defensa del toreo, como comentaré mas adelante, no hay duda que desde la ética, toros no.

Pero no es todo ética en este mundo. La tradición del toreo está tan sumamente arraigada en la sociedad española que un amplio sector de la población no está dispuesto a permitir que la festividad desaparezca. Y, sinceramente, ¿qué hay de ético en el trato a los animales por lo general en esta sociedad? Comemos huevos de gallinas que viven en jaulas de 40x40 centímetros, sin que puedan moverse apenas y sobrealimentadas hasta el dolor extremo para que produzcan más rápido. Los mataderos industriales españoles probablemente causen más sufrimiento animal en un día que todas las corridas de toros de un año, pero curiosamente es algo acerca de lo que rara vez se producen quejas. Comparado con esta vorágine de dolor animal, el hecho de que un toro tarde media hora en morir a cambio de una vida de trato dedicado y especial parece un hecho bastante nimio; máxime considerando que el toro, tras abandonar la plaza, es troceado y repartido a las carnicerías para vender su carne. Me escama que se proteste tanto por un hecho tan relativamente aislado y no se nombre el horrendo trato que se da a los animales en los criaderos y mataderos. En este caso, he de decir que prefiero que los animales vivan felices y mueran de forma algo cruenta a que vivan de forma infernal y mueran anónimamente y en masa. Es decir, toros sí.

Por no hablar del empleo y el dinero que genera. Nada más lejos de mi intención justificar cualquier acto por el hecho de que produzca beneficios, pero en absoluto es un dato que hay que obviar. Flaco favor se haría a las más de 200.000 familias que viven de los toros que se ilegalizaran. Quizás esto podría paliarse mediante una ley de efecto transitivo, en la cual se diera un plazo para la última cría de toros de lidia y unas subvenciones de caballo para ayudar a estas familias a encontrar nuevo empleo y cambiar el modo de vida; todo esto en el caso de que se pudiera poner de acuerdo todo el país en ello, cosa que, por lo que parece, no sucederá jamás. Sería un derroche impresionante de dinero el cual, sumado a las perdidas en turismo, supondría un grave revés económico. Los valores están cambiando, de todos modos. Conforme las generaciones avanzan, el toreo se ve con peores ojos y pierde adeptos. Quizás dentro de varias décadas se podría llegar a plantear esta reforma, pero por el momento, lo veo imposible. Desde un punto de vista económico y de interés para el ser humano, actualmente no hay duda: toros sí.

Pero esta serie de motivos logísticos no nos puede apartar de la visión objetiva del asunto: ¿qué sentido tiene el toreo? Yo no me trago todos esos argumentos del supuesto valor del torero, la belleza de la lucha contra el animal y toda esa tontería. Eso podría demostrarse de la misma forma sin necesidad de hacer daño al animal, unos cuantos pases (que se supone, es lo que se aprecia) y fuera. El toreo es morbo, es ganas de ver el poderío de un hombre matando un animal de forma elegante, y el resto de denominaciones son demagogia barata para camuflar la verdad. No existe ningún tipo de razón para el toreo salvo el puro entretenimiento, y bajo ningún concepto puede justificarse el sufrimiento animal de esa forma, de modo que toros no.

Los argumentos, realmente, podrían extenderse infinitamente por ambos bandos. Conceptos como que el toro de lidia existe únicamente para el toreo, los precedentes históricos, la promoción internacional etc. por un lado y las fiestas regionales de auténtica barbarie, la evolución que las sociedades han de tener, la falta de moral etc. por el otro. En mi opinión, el tema de los toros es un mal que se retroalimenta a sí mismo, y que una vez iniciado resulta imposible de parar, porque se convierte en un mal necesario. Necesario para la economía, necesario para los trabajadores y necesario para los millones de espectadores que disfrutan con ello. Es absolutamente imposible cortar por lo sano, pero tampoco considero lógico que en pleno siglo XXI esta práctica no sufra cambio alguno únicamente por su concepto de “Bien de Interés Cultural” (Que como acertádamente ha apuntado el PSC, si en España la fiesta tiene una tradición tan larga, es chocante que haya tenido que esperar hasta ahora para declararla bien de interés cultural). La solución no consiste en obcecarse con la propia visión, sino mirar los puntos importantes de la opinión contraria para poder entenderla; luego la actitud lógica respecto al tema no consiste en exclamar a grito pelado “toros sí” o “toros no”, sino en encontrar un punto medio en el que poder decir todos a la vez “toros depende”.

Y es que es cierto, depende de lo que se busque en las corridas. Si se busca un mero deporte y la belleza del toreo, no se puede criticar. Si se busca el morbo de ver al animal morir a manos de un hombre, no sólo es criticable, es éticamente inaceptable. La solución consiste en modificar las bases del toreo. El toro ha de morir -como cualquier animal del que nos vayamos a alimentar-, sí, pero no es necesario que sea torturado. Los pases pueden hacerse igual sin que el toro esté sangrando a chorros, y me da igual si eso implica cambiar una tradición, porque la costumbre y la tradición han de amoldarse a la moral y a la ética de la sociedad. De ese modo, cediendo todos un poco, las corridas podrían continuar sin suponer tantos dilemas, y probablemente ganarían adeptos y darían una imagen mucho menos cruenta de España cara al público internacional. En el fondo no ganaría nadie en concreto, ni perdería, tan sólo se haría lo que se debe hacer.

Pero claro, en una España polarizada, los puntos medios resultan peor vistos incluso que el extremo contrario. Miedo me da lo que un radical taurino o antitaurino podría soltarme si leyera esta entrada. En el fondo, quizás tuviera razón Oscar Wilde: “Sólo podemos dar una opinión imparcial sobre las cosas que no nos interesan, sin duda por eso mismo las opiniones imparciales carecen de valor”.

De todos modos, para quien sí tengan valor, les ofrezco la mía.



PD: Llevo cosa de 10 minutos debatiéndome entre si poner a esta entrada la etiqueta de "Deportes" o no. Al final se queda sin ella, que para algo es mi blog.

6 comentarios:

Ukio sensei dijo...

Si le llegas a poner "deportes" te iban a crujir de lo lindo.
La verdad es que podrían decirse tantas cosas a favor de ambos lados que lo mejor es pasar y que se maten.
Me preocupa más, por ejemplo, buscar trabajo.

Beatriz Arias dijo...

Yo soy de un "toros no" rotundo, pero no está mal intentar ser objetivo en el asunto xD
Y sí, lo de ponerlo en deportes no tiene nombre, ucas ¬¬

sriesco dijo...

Ukas! No sabía que tenías blog!! Te agrego :)

Anónimo dijo...

Realmente nunca me paré a ser objetiva en este tema, soy una enajenada de toros no xD

sarasánchezgo dijo...

"tengo los testículos icosaédricos"
sólo con eso me entraron ganas de seguir leyéndolo... jajaja

HERP DERP dijo...

Perdone usted, digno señor, pero existe un problema con su solución propuesta...

A los toros se los maltrata desde el día de antes a la corrida, para que salgan bravos, poniendoles vaselina en los ojos y las pezuñas, y se les desangra con las banderillas para que vayan perdiendo fuerza. El problema es que sin ese "trato" previo a la corrida, el toro ni atacaría al torero o en caso de atacar, acabaría con el torero en menos de un minuto.

No es una lucha de igual a igual, es una lucha de: animal cabreado y ciego contra animal con capa y espada.