Como una losa. Una losa pesada y marmórea. Y no me refiero a una losa pequeña de algún nicho poco relevante, no, sino una de estas losas de cementerio antiguo dedicadas a alguien mínimamente relevante (posiblemente un escritor de segunda fila, de estos que oyes sus novelas y te suenan a lluvia bajo una cascada) que tienen que ser de tamaño descomunal para poder escribir un nombre compuesto kilométrico junto a la sarta de apellidos y la correspondiente procesión de familiares, admiradores y seres queridos en general.
Así caen ciertos eventos en una vida. Con un golpe seco, fuerte, brutal. Ni siquiera sabes por dónde te ha venido, ni en qué momento tu vida decidió girar hasta ese punto, pero estás ahí. Como una desdichada víctima kafkiana, te hallas en un proceso que no entiendes y del que no puedes salir, sin que realmente hayas hecho algo para merecerlo. Miras alrededor de ti pero no hallas una mano de la que asirte; tan sólo voces lejanas, ecos que pretenden ser consejos, palabras de ánimo que suenan tan vacías como esa botella que antaño considerabas llena. Como si de un cáncer se tratase, primero lo niegas, te aíslas, no lo comentas con nadie porque hablar de ello significa aceptar su realidad. Después llega la ira, la rabia, el desenfreno de emociones; platos son quebrados, gritos se alzan en el aire, nudillos sanguinolentos tiemblan suplicando que el asalto contra la pared termine de una vez. Súbitamente, algunas de las palabras vacías te suenan a gloria, y planeas un pacto, una manera de equilibrar las cosas, una determinación que ayude a hacer menos dolorosa la situación. Pero esa falsa ilusión dura poco, y te hundes. Te sumerges en ti mismo, y deseas permanecer así durante todo el tiempo posible, porque el siguiente paso será el más duro. Tu refugio de abulia acaba quebrándose en el momento en el que la vida te obliga a seguir adelante. Es entonces cuando te levantas, miras al espejo y una mirada desgarrada te confirma lo que tanto temías: lo has aceptado. Ahora no puedes simplemente sentarte y esperar, es el momento de las decisiones, es el momento de moverse.
Y ahí es cuando todo cambia de verdad, porque te das cuenta de que has vuelto a levantarte. La de ayer no fue la última ducha, y esta no fue la noche de insomnio que acabó contigo. Aguantaste el golpe. No tuviste mano de la que asirte, pero aun así te erguiste una vez más. Echas la vista atrás y no ves únicamente una cama vacía y deshecha, sino a ti mismo. Te ves a ti mismo hace cuatro meses, levantándote una vez más cuando creías que ya nada tenía sentido. Te ves a ti mismo hace año y medio, alzándote de nuevo aunque lo dabas todo por perdido. Te ves a ti mismo hace tres años, consiguiendo sobrellevar una causa que consideraste del todo perdida. Te ves a ti mismo hace once años, preguntándote cómo demonios ibas a seguir adelante ahora que él ya no estaba. Uno a uno, los fantasmas de tu pasado se van levantando ante ti. Una vez, otra vez, una vez más. Una procesión constante de autosuperación pasa por delante de tus ojos, y te das cuenta de que cada vez que te levantabas te esperaba un revés de la vida que muy superior al anterior. Y es que una vez que te levantas tras un golpe, sólo consigue tumbarte uno mucho más duro. Entonces, finalizando la ronda de alzamientos, te ves a ti mismo hace dos minutos, irguiéndote de nuevo y yendo hasta la misma posición en la que te hallas en ese mismo momento. Claro que no es el golpe definitivo, es uno más.
Vuelves a mirar al espejo, y ya no encuentras la misma mirada desgarrada, sino una determinación inquebrantable. Un instinto de supervivencia y de superación por encima de cualquier otra cosa. El dolor sigue ahí, pero con toda probabilidad, a no más de dos años de distancia, te espera otro golpe que hará que éste te parezca una nimiedad. No te quedas esperándolo: te preparas. Te haces fuerte, reestructuras desde los cimientos cada uno de esos ladrillos que formaban tu refugio estable hasta que fue derribado. Algunas partes desaparecen, otras cobran más importancia, surgen un par nuevas. El peso es enorme y el cansancio constante, cada paso parece doler una barbaridad, incluso más que el anterior, pero sigues ahí. Levantarás una nueva construcción estable en la que podrás estar bien, y durará el tiempo que haga falta; y cuando vuelva a caerse, te habrás vuelto lo suficientemente fuerte como para iniciar una nueva.
Y es que únicamente existe un fin. Todo lo que suceda hasta entonces es progreso.
lunes, 8 de marzo de 2010
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3 comentarios:
"Y es que únicamente existe un fin. Todo lo que suceda hasta entonces es progreso."
Me he visto reflejada en muchas cosas y me recuerda, en cierto modo, a la primera entrada que tengo en mi blog. La que hablo del Tatuaje.
Ni que decir tiene que comparto ese punto de vista y que creo que es la mejor manera de afrontar la vida.
Estas palabras pueden levantar la moral a cualquiera, como si de Courage Wolf se tratara.
Genial. La de veces que me he planteado exactamente lo mismo y no he llegado a ninguna conclusión.
Me ha gustado :)
Te iba a escribir un comentario, pero me acordé de una cosa que escribí yo hace bastante... No era una situación igual, creo, pero sí parecida... ;)
http://pedaleaquenollegas.blogspot.com/2009/03/para-empezar-desde-el-principio.html
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